Ha llegado el ansiado desconfinamiento y, con él, efectos aún desconocidos y muchas personas a las que les han quedado secuelas y traumas. El estado de alarma, que dictó confinarnos en casa bajo cuarentena a partir del pasado 14 de marzo, comenzó como una enorme pesadilla para un gran número de personas. Muchas de ellas, incluso, pudieron experimentar intensos niveles de ansiedad en esos primeros días y semanas. Ahora, en pleno proceso de desescalada, y aunque a priori esto es una noticia positiva, para esas mismas personas, curiosamente, esta vuelta al exterior puede desencadenar potentes sentimientos de ansiedad.
El aislamiento es, pues, un “arma de doble filo”: el individuo se siente aliviado al permanecer en un entorno conocido, mientras que interpreta que todo lo que hay fuera de la casa es peligroso. Estamos ante el llamado “síndrome de la cabaña”.
¿Qué es el síndrome de la cabaña?
El origen de este síndrome se remonta al siglo XIX. Su nombre inicial es “cabin fever”. En esta época, por culpa del mal tiempo, muchos colonos americanos debían pasar largas temporadas dentro de sus cabañas durante el invierno. Así, quedaban expuestos a síntomas depresivos, ansiosos y con una cierta sensación de enjaulamiento.
El “síndrome de la cabaña” consiste en la aparición de un miedo intenso a cambiar de entorno tras un tiempo prolongado de encierro, a pesar de que el entorno en el que se encuentre la persona no sea mejor.
¿Cómo se desarrolla este síndrome de la cabaña?
Suele aparecer tras una estancia prolongada en un lugar cerrado. Como consecuencia de la situación de alarma sanitaria que estamos viviendo por el covid-19, durante muchos días hemos salido a la calle simplemente para realizar las tareas más básicas. Y hemos pasado la mayor parte del día en casa.
Sabemos del riesgo real que supone exponernos a salir. Es, por tanto, normal que puedan surgir sentimientos de inseguridad o incertidumbre cada vez que tenemos que ir al supermercado o a la farmacia. O, incluso, a dar un paseo o a visitar algún familiar. Sin embargo, lo que ocurre en muchos casos es que esta situación está siendo el detonante de problemas como hipocondría, ansiedad o depresión.
Esto lleva a que asociemos la calle a peligro y percibamos nuestra casa (donde pasamos tanto tiempo) como el único lugar seguro. Por ello, cada vez que cambiamos a un entorno fuera de casa, se genera un miedo incapacitante. Tras tantas semanas de confinamiento, nuestro cerebro se ha habituado a la seguridad de nuestro hogar.
No estamos ante una patología, pero sí ante un “cuadro común” que tiene su base en el espectro de la ansiedad. Podría compartir similitudes con trastornos como la agorafobia, el miedo a estar en espacios abiertos.
Síntomas del síndrome de la cabaña
El “síndrome de la cabaña” está más relacionado con las expectativas. Es decir, con esa manera de afrontar la salida a la calle con la idea de lo que nos gustaba antes y del efecto que tiene lo que encontramos en realidad. Es la llamada “nueva normalidad”, y no es extraño que ese escenario golpee esas expectativas y se desencadenen los temores en varios planos: cognitivo, fisiológico y de conducta. Veamos cuáles:
- Sensación de nerviosismo, síntomas depresivos y ansiosos: temblor de piernas, palpitaciones, sudoración en las manos, respiración acelerada… Unido a sensación de desasosiego y enjaulamiento, frustración, angustia y temor.
- Dificultad para la concentración, déficit de memoria.
- Falta de motivación: presencia de inapetencia y gran esfuerzo para realizar tareas cotidianas, sobre todo que impliquen salir al exterior.
- Miedo a recuperar rutinas y contactos: temor a realizar actividades que antes eran cotidianas, como trabajar fuera de casa, coger medios de transporte público, relacionarnos con otras personas conocidas, etc.
- Excesivo miedo a salir, retomar la rutina y las relaciones sociales.
- Alteraciones en los patrones de sueño: mayor frecuencia de siestas duraderas, sensaciones de cansancio y letargo.
En estos días de desescalada, son muchas las personas que experimentan alguno o todos estos síntomas. Un camino a la inversa con respecto al inicio del estado de alarma. Por entonces, se manifestó en la angustia de estar encerrado. Ahora, la angustia es por salir a la calle.
“Hay que enviar un mensaje de tranquilidad al observar que estas reacciones físicas y emocionales son habituales y hasta normales. Pero también nos alertan de que tenemos que saber identificar estas emociones y trabajarlas para que no se conviertan en crónicas. Entonces sí pasarían a ser un problema”, advierte Imma Badia, secretaria de Acción Sindical y Salud Laboral de FEUSO.
¿Quién puede desarrollar el síndrome de la cabaña?
El “síndrome de la cabaña” puede afectar a personas de toda condición y edades. No es exclusivo de quienes tenían problemas emocionales ya antes de la situación de alarma; es decir, cualquier persona es vulnerable de poder padecerlo en cualquier momento.
Pueden padecerlo:
- Personas que se pasan el confinamiento solas. El hábito de no tener ningún contacto físico o cercano con otra persona puede haber creado una forma de rechazo a lo que ahora es excepcional para estar personas: el contacto con los demás.
- Personas mayores, porque sus cuerpos están más mermados y son más vulnerables. Y porque hay más inestabilidad emocional y tienen más altibajos.
- Niños, sobre todo entre los más pequeños. Hay que tener en cuenta que, durante semanas, han estado recibiendo el mensaje de que no se puede salir a la calle porque hay un “bichito” malo que contagia y que te puedes morir. Ahora es el momento de adaptar la explicación con lógica y con cautela, porque el mensaje es que ya se puede salir pero que el “bichito” sigue ahí.
¿Qué hacer si detectamos esos síntomas del síndrome de la cabaña? Algunas recomendaciones:
- Hacer pequeñas aproximaciones: Conforme el confinamiento avanza, ir retomando de manera progresiva las actividades de la vida cotidiana: salir a buscar el pan, ir a tirar la basura, dar una vuelta por la manzana, disfrutar del sol y del aire fresco de la mañana…
- Respetar y seguir los protocolos de seguridad: Uso de mascarilla, lavado de manos y distanciamiento social, lo que nos pueden dar cierta seguridad.
- Realizar ejercicio físico: Para evitar la inactividad y como parte de la rutina, es muy recomendable la realización diaria de ejercicio físico.
- Mantener contacto social: Fomentar el contacto social, a través de redes sociales: videollamadas, mensajes…, y cuando la fase de desescalamiento permita actividades sociales, exponernos progresivamente a ellas.
- Expresión emocional: Es importante transmitir cómo nos sentimos a aquellas personas que son importantes para nosotros. Es también relevante no invalidar las emociones negativas que podamos experimentar: tristeza, desasosiego…, puesto que, a pesar de ser incómodas, son totalmente necesarias.
- Buscar apoyo profesional: En caso de que los síntomas persistan o resulten incapacitantes en el día a día, es necesario pedir ayuda psicológica.
Es importante aceptar la situación como algo excepcional, que ha tenido un principio y que tendrá un final. “Aunque cueste ver esa meta, cada vez está más cerca. La desescalada ya ha empezado y está en nuestra mano gestionar esa nueva responsabilidad. Pero hay que ser conscientes de que no puede recuperarse todo de golpe. La desescalada es una especie de entrenamiento y, de la misma manera que se habla de la desescalada sanitaria y social, también tenemos que prepararnos para la desescalada emocional. Así evitaremos el síndrome. Y, sobre todo, que la cabaña se convierta en una trampa”, recomienda Imma Badia.
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